La inquietante relación de Werner Herzog con México en su obra maestra del cine de terror
25 de mayo de 2025
Cuando el cine se adentra en lo macabro, a veces las primeras escenas pueden marcar para siempre la retina del espectador.

Werner Herzog es conocido por su capacidad para crear imágenes perturbadoras, y pocas veces esto se hace tan evidente como en una de sus obras más reconocidas: 'Nosferatu, el vampiro' (1979). El film, que reinterpreta el clásico de Murnau, no solo destaca por la inquietante actuación de Klaus Kinski como el conde Orlok, sino también por la potencia de sus primeras escenas, filmadas con un realismo tan crudo que cambiaron la forma en que otros cineastas abordarían el género de terror.
Uno de los momentos más escabrosos de la cinta ocurre justo al inicio, donde Herzog emplea primeros planos de momias encontradas en Guanajuato, México. Estas imágenes, lejos de los efectos especiales habituales, muestran cuerpos reales momificados, lo que imprime al film un aura macabra y profundamente perturbadora. Esta decisión artística no solo impactó al público, sino que influyó en la manera en que el terror podía sugerirse a través de lo real y no de lo imaginado. “El horror debe ser tangible para ser creíble”, declaró Herzog alguna vez, justificando así su arriesgada apuesta visual.
La relación del director alemán con México va más allá de lo anecdótico, ya que Herzog quedó fascinado por la riqueza cultural y la atmósfera espiritual de Guanajuato durante el rodaje. La presencia de las momias auténticas no solo sorprende a quien ve la película por primera vez, sino que se ha convertido en un referente para posteriores films de terror que buscan conmocionar al espectador desde el primer momento. No es casualidad que directores contemporáneos hayan citado esta secuencia como fuente de inspiración para explorar los límites del miedo en pantalla.